jueves, 16 de agosto de 2012

Leyendas de Honduras

El vestido negro


En una aldea del departamento de Intibucá, una joven llamada Antonieta terminó su escuela primaria y sus familiares estaban contentos.

En medio de su pobreza celebraron su graduación y entre los asistentes a la fiesta estaba Rómulo, un señor que se dedicaba a cosas extrañas, lo miraban pasar por las calles a medianoche y se decía que era amigo del “maligno”.

Antonieta sabía todo lo que se decía de don Rómulo y aprovechando un momento le dijo:

-Me gustaría saber lo que usted sabe. Siempre me han gustado las cosas misteriosas.

El viejo se le quedó mirando detenidamente y le dijo:

-Vos no sabés en lo que te meterías. Todo en esta vida requiere un sacrificio.
-No me importa lo que me pase con tal de aprender lo que usted sabe.
De nuevo, el viejo la vio:
-Muy bien. Llegá mañana a mi casa sin que nadie te vea.

Al día siguiente, Antonieta llegó a la casa del supuesto brujo y luego de una breve conversación él le entregó a la joven “El libro infernal”, conocido también como “El tesoro de San Cipriano”, que contiene fórmulas, hechizos y maldiciones, del que se dice fue escrito por el mismo diablo. Quince días después de haber entregado el libro, don Rómulo falleció de un ataque al corazón y nueve días después Antonieta tuvo su primer ataque de locura, lo que motivó a sus familiares a trasladarla a Tegucigalpa para darle tratamiento.

Grande fue la sorpresa de los médicos y de los familiares de la joven cuando un golpe con su mano derecha destruyó una puerta y partió una mesa con el otro golpe. Procedieron a amarrarla, le colocaron una camisa de fuerza y la trasladaron al manicomio. La tuvieron aislada en una celda donde escuchaban que hablaba con alguien invisible. Durante tres meses estuvo en aquella celda y luego, inesperadamente, recobró la razón. No era la misma.

Se veía radiante y con gran seguridad en lo que decía. Antes de abandonar el manicomio, cerca de la puerta principal donde estaban los locos, colocó las manos sobre sus cabezas y de inmediato recuperaron la razón, demostrando que también el diablo hace milagros.

Con el tiempo, la gente se sintió atraída a la casa de Antonieta al darse cuenta de que curaba males, recuperaba matrimonios, a los hombres les conseguía mujeres o viceversa, también hacía hechizos terribles y de vez en cuando les daba el número de la lotería a personas de su preferencia.

Su fama se fue extendiendo por todo el país. Había verdaderas caravanas a Intibucá en busca de la bruja. Ella decía que el diablo la había probado, haciéndola loca por tres meses.

Un día sorprendió a sus vecinos cuando la vieron con un vestido negro que le llegaba a los pies. A todos les dijo que era una sacerdotisa con grandes poderes. Andaba un crucifijo cabeza abajo que llamaba la atención de propios y extraños. Increíblemente era visitada por pastores evangélicos que llegaban en busca de brujerías para resolver sus problemas, así como gente que pertenecía a diferentes religiones. Ella decía que lo más importante era tener fe en las cosas que hacía bajo la protección del innombrable, del cual era una de sus sacerdotisas predilectas.

Fueron pasando los años y Antonieta comenzó a enfermarse. Llegó un día en que ya no se pudo levantar y fue trasladada al hospital de Comayagua. Los médicos diagnosticaron una rara enfermedad que la llevaría a la muerte y ella se reía, diciéndoles que recibiría la visita de un gran médico que la sanaría, que cuando saliera del hospital iba a reírse de médicos y enfermeras. Entre las enfermeras que la atendían había una anciana llamada Elisa, que la aconsejaba y le pedía que renunciara a las cosas de Satanás.

-Vea, Antonieta: Dios le está dando la oportunidad… Sálvese, renuncie a las maquinaciones del diablo.

A veces decía que iba a renunciar, pero era más fuerte su entrega al reino de las tinieblas.

Una mañana llegó al hospital un hombre alto y bien parecido, con traje negro. Llevaba un maletín en la mano derecha y caminó directamente hacia la cama de Antonieta. Le dijo unas cosas al oído y luego se alejó.

-Se los dije. Mi médico me acaba de visitar y me va a curar.

Sin embargo, su estado de salud empeoró y los médicos dijeron que era mejor llevarla a su casa para que allá muriera en paz. Pero no hubo paz. Los demonios atacaban por todos lados y fue cambiando el rostro de la bruja. Llegaron religiosos para auxiliarla y al final no aceptó arrepentirse. Finalmente entregó su alma al amo y señor de las tinieblas.

Vecinos de la aldea que regresaban de un velorio en una aldea cercana encontraron a una mujer con un vestido largo y negro. Le dijeron adiós y luego se percataron de que era el alma en pena de Antonieta, llegaron a sus casas asustados y con fiebre. Las cosas no pararon ahí. Al momento de escribir esta historia se nos ha informado que dicha señora está apareciendo en la aldea y en algunas calles de Intibucá. Dicen que agarra el camino al cementerio.

Por teléfono, un conocido abogado me afirmó que él y su familia iban llegando a Intibucá en su vehículo y vieron a la mujer de vestido negro por la madrugada, caminando hacia el cementerio. Nos dijo, además, que los familiares de la mujer quemaron el libro negro y todas sus pertenencias.

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